Como introducción, debo contar el origen de la idea de hacer este viaje. Yo volvía a España el 15 de diciembre, y solo con pensar que tenía que estar en un mismo sitio más de 3 semanas seguidas me atacaba la ansiedad. Yo me quería ir a Venecia, pero mi amiga Alejandra propuso ir a Marruecos. Al final, por un malentendido ella se quedó en Madrid (una putada que aun me recuerda), y yo acabé invitando a mi primo Víctor, cuyas únicas responsabilidades pre-viaje eran coger los billetes de avión y reservar el coche.
El plan se convirtió en ir a las dunas para hacer dune-boarding. Dune-boarding consiste en tirarte por las dunas de cualquier desierto en tabla de snow. Para eso, volamos la noche de San Esteban a Marrakech. Eso ya supuso un problema de entrada porque mi nombre no figuraba en el vuelo. Sin embargo, si que había un tal Alfredo Moloinas. Primera cagada. La idea era salir de farra al llegar a Marrakech, pero llegamos tardísimo al Riad Massin, el hostel donde nos albergábamos, que además nos costó mucho encontrar porque se había escondido en un callejón.Los Riads van un poco en ese plan. En callejones perdidos y malolientes tras una pequeña puerta se encuentran enormes casas de dos pisos con patios interiores y una arquitectura musulmana increíble. El Riad Massin era justo eso, aunque tenía un árbol de navidad super cutre tirado en una esquina del patio que nos provocaba un levantar de cejas de todos los invitados. Entre que estábamos cansadísimos, y que no teníamos muy claro como volver a encontrar este sitio, decidimos quedarnos fritos.
Nos despertamos pronto, pagamos un euro cada uno por el desayuno (te, crepes, pan), y volvimos al aeropuerto a recoger el coche. El buen hombre del rental cogió nuestro papel de reserva, puso los datos en su ordenador, y nos pidió la tarjeta de crédito de Víctor para poder cargar el depósito (1300 euros de nada). Víctor y yo empezamos a quejarnos. Qué era esto de un depósito? Si ya lo habíamos pagado todo, o casi todo. No no, nos dijo el rental, y nos enseñó la letra pequeña en el mismo papelito que le habíamos dado donde, efectivamente, ponía algo de un depósito. Tercera cagada (la manera en la que nos dejamos timar por el taxista de la noche anterior fue la segunda). Le suplicamos para que cogiera mi tarjeta de crédito para el depósito, ya que yo si llevaba la mía encima. En realidad era un farol como una casa: hacía meses que esa tarjeta no tenía nada aproximándose a 1300 euros. No coló. Entonces Víctor y yo nos rebajamos a llorarle y pedirle si nos podía dar una solución al problema. “Bueno,” dijo el rental. “Tengo un primo…. que al igual os alquila un coche.”
Esa cosa más que nada parecía una cafetera. Pero serviría. Víctor puso la primera, salimos del aeropuerto, y yo, con unos google maps imprimidos en 3 páginas de dinA4, en la primera intersección, dije: “izquierda.” “Izquierda?” “Izquierda.” Giró a la izquierda, y nos encontramos a docenas de coches de cara. Ups. Con mucho temple, Víctor se puso el carril que tocaba y seguimos intentando salir de la ciudad. Puse el tocadiscos, y lo primero que salió de los altavoces fue un hombre diciendo “I’m in Morocco, bitch,” antes de empezar el tecno. Perfecto.
Seguimos tirando por la carretera nacional, que estaba en muy buen estado, hacia Hassilabied, a unos 650 kilómetros. Casi nada. Adelantar a los coches era una autentica dosis de adrenalina. Una vez intentamos pasar a un autobús, que no iba tan lento, y nuestro coche parecía incapaz de superarle. El coche que teníamos de cara se acercaba cada vez más y más. Víctor tocaba la bocina, y el del bus sacaba el brazo haciendo el gesto de “pasen, pasen.” Pero claro, el pobre Picant ya traqueteaba tanto de lo “rápido" que íbamos que no podía más. Ya ni hablar del momento en el que cruzamos los Atlas, donde casi le hacíamos carreras a los carros tirados por burros si la carretera era cuesta arriba. Pero con el chumba chumba de los discos que había tirados por el coche y con la ilusión de la aventura conseguimos cruzar las montañas.Hicimos el lunch en Ait Ben Haddou, pueblo donde se han rodado grandes pelis como Lawrence de Arabia, La Momia, o Gladiator. La verdad es que la foto, tras intentarla varias veces, quedó bastante chula. En Ben Haddou un camarero nos dijo que ni se nos ocurriera ir por el atajo que yo había visto en mis dinA4s, porque eso era “la piste” y que nuestro coche sufriría mucho. Bueno, pues hicimos el rodeo que nos recomendaba Google, lo cual no estuvo mal, porque vimos paisajes muy bonitos, con arena que casi parecía morada. Pero a eso de las 7, ya no se veía un pijo, y fue entonces cuando descubrimos otra gran característica del Kia: que con las cortas no se veía nada. Incluso las intermitentes iluminaban más que las cortas. Cagada número veintisiete. Total, que decidimos ir con las largas hasta Hassilabied, haciendo amigos con todo aquel que se nos cruzara. El juego se convirtió en cuantas veces podíamos conseguir que el coche de enfrente nos hiciera lucecitas para que nosotros las bajáramos (record = 6). Mientras tanto, el del hotel de Hassielabied, Hassan, llamando, preguntando que donde coño estábamos. El hombre estaba preocupado porque yo me había negado rotundamente a pagar un depósito y se pensaba que le estábamos dando calabazas. Al final, llegamos, nos dieron una omelette berber para cenar, y nos ofrecieron whisky berber. Whisky berber? Claro! Si Si! Nosotros lo probamos todo. Mientras lo traían nosotros nos frotábamos las manos con las ganas de saber si esto del whisky berber sería más o menos exótico que aquella famosa cabra tanzana. Al rato nos trajeron dos vasos con té de menta (y aproximadamente cuatro kilos de azúcar disueltos). Whisky berber. Claro.
Al día siguiente, nos levantamos y fuimos con Zayid, el hermano de Hassan, a la tienda de snow, alquilamos una tabla cada uno por 10 euros, y nos fuimos a la duna, cuyo pie estaba a cinco minutos del hotel. Luego tocaba subir, y del pie a la cresta había unos 40 minutos. Con la tabla a cuestas. Cuando llegamos, nos dimos cuenta de que realmente no teníamos ni la más mínima idea de cómo funcionaba eso del snowboard. Pero bueno, nos atamos la tabla a los pies, y nos tiramos. A la primera, Víctor no duró ni dos metros de bajada, pero de ahí en adelante nos lucimos. Nos convertimos en todos unos pros del duneboarding!
De tanto escalar duna con la tabla, hicimos hacer una pequeña siesta, pero a la que oímos al cuervo graznando encima de nosotros decidimos movernos para demostrar que aún seguíamos vivos. Fue entonces cuando encontramos “la pista negra,” es decir, el lado de una duna con una pendiente increíble. Mientras tanto, unos turistas que se paseaban por ahí nos preguntaban si era muy difícil esto del duneboarding. Dificil? No no. Para nada. Mirad.
Volvimos al hotel llenos de arena, pero habiendo tenido una experiencia increíble. Después de un breve lunch, nos subimos a un camello cada uno, y acompañado de una pareja de ingleses y llevados por Mohammed, el padre de Zayid, fuimos por las dunas hasta encontrar el campamento berber que nos tenian preparados. Yo me había comprado un turbante antes de salir, para tener una experiencia berber mas genuina, pero entre que no entendí muy bien el truco para atarlo y el meneo del camello, mas que berber parecía un berberecho. En el campamento el bueno de Mohammed nos hizo mucho whisky berber. Los ingleses tenían una botella de gin, así que hicimos un botellón muy internacional. Al final el hombre ya no podía más con la cuba que llevaba encima, y nos pasamos la noche en la tienda jugando a cartas y tocando unos tambores que Mohammed tenía por ahí.
A las seis y media de la mañana Mohammed nos levantó (“le soleil! Le soleil!”) y escalamos la duna para ver el amanecer. Muy bonito. Nos subimos al camello, volvimos al hotel, y directamente Víctor y yo nos metimos en el coche de vuelta a Marrakech. Zayid nos había comentado que ese atajo era bueno y que no había nada de “piste.” En la intersección donde el atajo empezaba y el rodeo también paramos para hacer el lunch. Preguntamos al camarero que qué había para comer. Él nos dijo que había tortilla berber. “Hombre, eso ya lo hemos comido. Que más tiene?” “Pues, brochettes de pollo, brochettes de ternera…” “eso, queremos brochettes de ternera.” Ahí el camarero puso cara de poker, dijo que vale, vale, se fue corriendo al chico que estaba por ahí, y le dio dinero y las llaves del coche para que fuera, sin duda alguna, al pueblo de al lado para comprar la ternera. Tardamos muchísimo en comer, y al final tampoco estaban tan buenas las brochettes.
Seguimos. El atajo bien. Pero nada más salir de Ouarzazate (de Ben Haddou, vamos), oímos un PAM! Y el coche se echó a temblar. Le dije a Víctor que frenara, porque creía que habíamos pinchado. A falta de arcén, Víctor paró encima de unas zarzas. Si la rueda no estaba pinchada antes, ahora seguro que sí. Decidimos dar la vuelta hacia la gasolinera más próxima, que no estaría ni a 2 km. Aquel coche temblaba cosa fina, y el motor iba muy quemao. Yo agarraba la puerta porque tenía miedo de que se cayera. Al minuto Víctor y yo vimos algo negro que salía disparado. Me giré, y vi como lo que quedaba del neumático aterrizaba detrás nuestro. El cuenta-cagadas ya había perdido la cuenta. “Víctor, para aquí.” Sin más ceremonias, me fui corriendo a la gasolinera, y rápido, porque empezaba a hacerse de noche y todavía no habíamos ni cruzado las montañas. En la gasolinera me preguntaron si teníamos rueda de recambio. Ni idea. Llamé a Víctor. “No la veo.” Él llamó al mafioso. “No lo creo.” Lo mismo pasó con el “cric”(el gato). Total, que el hombre de la gasolinera encontró un cric y volvimos pitando a la escena del crimen (porque lo que le habíamos hecho al neumático no se podía llamar otra cosa). Abrimos el maletero y debajo de la alfombrilla, obviamente, había una rueda de recambio con su cric. Era una rueda de emergencia, más delgada que las otras, que ponía “80km MAX” en los lados. Le dijimos al hombre que con eso pretendíamos llegar a Marrakech. Nos contesto con una cara de “huy.” Cuando un nativo de cualquier país hace esa cara, hay que hacerle caso… pero nosotros no. Al final le regateamos su opinión hasta que dijo que si íbamos muy “doucement” quizás. Nosotros nos agarramos a eso. Cambiamos (nos cambió) la rueda, pusimos el cadáver del neumático en el maletero, propinilla, y decidimos seguir, doucement y con la rueda de emergencia, hacia Marrakech.Seguimos por la nacional hacia Marrakech. Se hizo de noche. Sacamos las largas, y nos pusimos a cruzar los Atlas. Aquella carretera, a oscuras, era un infarto. Las curvas, criminales. Los camioneros pasando a centímetros de nosotros, aún más. A pesar de eso, todo iba bien, doucement, hasta que nos comimos un bache que no vimos. Pam! Pam! Inmediatamente supe que la rueda de recambio estaba pinchada. Paramos en seguida, en una curva indecente que además estaba en bajada. A oscuras. Sin plan B. La gran cagada. Pusimos los intermitentes y llamamos al mafioso para que nos viniera a rescatar. “une demi heure,”nos dijo. Solo estábamos a 60km de Marrakech, pero parecía que nos separaba un mundo de la civilización. Hacía un frío del carajo, y pronto nos dimos cuenta de que la batería del coche no iba a aguantar tanta luz intermitente. La solución: yo subí cincuenta metros por la carretera y con la luz de mi iPod me puse a avisar a los coches que venían por detrás para que pudieran frenar a tiempo. Mientras tanto, el mafioso, que ahora se había convertido en el putomorodeloscojones, se demoraba. Volvimos a llamar. Une demi heure. Siempre era une demi heure. La verdad, es que tirado ahí en los Atlas, de noche, con el frío, y los camiones bajando a toda leche, dudé por primera vez en mi vida de mi inmortalidad.
Es curioso lo rápido que se te pasa el cabreo cuando llega el rescate. Cuando llegó el buenhombremarroquíhonradomusulmán (que al final resultó no ser el mafioso si no su compañero de negocios) dos horas y pico más tarde, con el mecánico, todo mejoró. Nos cambiaron la rueda y nos cargaron la batería en un periquete. “vous voulez que je counduisse jusqu’a Marrakech?” “Avec plaisir.” Y el coste del mecánico? Eso parecía ser entre el del rental y el mecánico.
El bueno de Hassid nos llevó al aeropuerto, donde me devolvió los detalles de la tarjeta de crédito. Incluso nos llevó al Riad Massin 2, sucursal del Riad Massin donde nos quedamos la primera noche. Al despedirnos, Hassid abrió el maletero y descubrió el cadáver. Su cara era un poema. “Mais qu’est-ce que vous avez fait?” Sin darle mucho tiempo a reaccionar, le dimos las buenas noches y nos fuimos al Riad. Nos metimos a la cama de cabeza, conscientes de que habíamos evitado el infarto, o algo peor, por la mínima.
El Riad estaba en la Medina, asi que por la mañana nos despertamos pronto y ambulando por los souks llegamos a la gran plaza. Desayuno, y a tafanear. Compramos un par de cosas. Yo negociaba bastante duro, mi experiencia en mercados africanos dándome una buena idea de lo que podía llegar a hacer. Al final, siempre era lo mismo. Tras negociar fuerte, aunque fuera por un euro, el hombre me volvía a mirar, decía: Catalán, no? Y ahí se acababan las negociaciones. Esto pasó varias veces con varios vendedores tanto en los souks de Marrakech como en Hassilabied.
No comments:
Post a Comment